— Buenos días, Pedrito. Menudo escándalo montaste ayer con esos dos tipos subidos a tu tejado. ¿Qué estuvisteis haciendo?
— Buenos días, don Antonio. Sí, ayer estuvimos de obras casi todo el día. ¿Le molestó el ruido? Es que, después de mucho pensar, al final me decidí a instalar una placa solar.
— ¿Una qué? A mí edad todas esas cosas modernas me suenan a chino. ¿Para qué sirve ese cacharro?
— Una placa solar produce energía absorbiendo la luz del sol. Es decir, en vez de usar la red eléctrica cómo todo el mundo, desde hoy voy a producir mi propia electricidad y se acabó el tener que pagar por la factura de la luz.
— ¡Vaya invento! ¿Y cómo es eso de no pagar por la luz? Nunca había oído hablar de nada igual.
— Eso es que usted se fija poco en los tejados. Mire esa casa de ahí. Esa tiene dos placas. Y esa que están construyendo ahí al fondo va a tenerlas seguro, porque ahora es obligatorio.
— ¿Y eso quién lo dice? ¿Es que es obligatorio por ley?
— Hombre, claro. Ahora con esto del cambio climático, todas las viviendas nuevas deben ser eficientes y autosuficientes.
— Ay Pedrito. En mis tiempos usábamos carbón para calentarnos y pobre del que no tuviera una buena estufa en casa. Yo esto se lo tengo que contar a Carmen. Con lo que le gusta ahorrar a esta mujer, ya la veo subiéndose al tejado para poner ocho placas de esas.
— Jaja. ¡Pues su mujer hará bien! Ahora en serio, tome aquí el número de los que me pusieron la placa ayer. Llámelos y verá qué contento va a estar. Don Antonio, yo no me lo pensaría ni un minuto.
— ¿Qué llamar ni qué llamar? Esto, que me lo haga mi hijo, que para algo le he pagado los estudios. Es veterinario, pero seguro que algo sabrá de placas solares.