— Hola Ana, ¿qué tal el fin de semana?
— Buf, mejor ni preguntes. Hubiera preferido haberme quedado aquí en la oficina trabajando.
— Anda, no será para tanto. ¿Qué te pasó?
— Pues mira. El sábado mi marido y yo nos pasamos todo el día limpiando la casa de arriba a abajo. Estuvimos ocho horas trabajando como burros.
— Ocho horas dan para mucho. ¿Es que estábais esperando la visita de un rey o qué?
— Más o menos: la visita de mi querida suegra. Al parecer estuvo de vacaciones, en un crucero supercaro, y no tenía nada mejor que hacer que venir a restregármelo por la cara.
— Tranquilízate mujer, que te va a dar algo.
— Es que no puedo con ella. ¿Te puedes creer que lo primero que me dijo nada más entrar por la puerta fue “Uy, qué sucias están las ventanas. ¿Hace mucho que no limpias?”.
— Mira, por lo menos tu suegra casi nunca pasa a veros. Yo tengo a la mía en casa cada dos por tres.
— ¿Y de qué te quejas? Tu suegra te tiene en un pedestal. Si hasta te hace tartas.
— Ya, pero el problema está en que sus tartas están que te mueres y yo estoy a dieta.