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english Trabajar sin parar

En cualquier rincón del mundo, las mañanas llegan acompañadas de la sintonía del despertador: es hora de ir a dar el callo. Mientras las máquinas no lo hagan todo por nosotros, no nos quedará más remedio que ganarnos el sueldo cada día como todo hijo de vecino. Sin embargo, las mejoras tecnológicas de los últimos 30 años han abierto las puertas a un debate muy interesante: la posibilidad de trabajar menos sin dañar la economía del país.

¿Cómo verías trabajar un par de horas menos al día? Existen estudios que alientan la implantación la jornada de 6 horas diarias. Según sus partidarios, de extenderse este modelo, los trabajadores tendrían más tiempo libre para el ocio y el consumo, generando así nuevas oportunidades de negocio. Además, dispondríamos de más tiempo para el ejercicio físico, lo que redundaría en una mejora de nuestra salud tanto física como mental.

La consecuencia lógica de este modelo es casi paradójica: trabajar menos, aumentaría la productividad de las empresas, ya que un trabajador feliz y sano trabaja más.

En los últimos años muchas empresas se han subido al tren del teletrabajo por sus múltiples ventajas. ¿Quién no querría ahorrarse todas esas horas de atascos detrás del volante o atrapados como sardinas en lata en el vagón del metro? Por si no fuera suficiente aliciente, la disminución de los vehículos en la carretera reduce el número de accidentes de circulación, además de ser bueno para el medio ambiente, por la reducción de la polución originada por el tráfico.

Por supuesto, existen detractores del teletrabajo que no están por la labor de apoyar este modelo. Como en todo debate, siempre hay quien no da su brazo a torcer y rebate cualquier argumento. Pero también es cierto que, si queremos buscarle pegas, estas no faltan. Si escogiéramos teletrabajar, pasaríamos más tiempo del habitual en casa, lo que contribuiría al sedentarismo, al aumento de peso y al incremento de las discusiones familiares. Además, debido al poco o nulo contacto con nuestros compañeros de trabajo, socializaríamos menos, algo que además se agravaría para aquellos que vivieran solos.

Así pues, el meollo de la cuestión reside en encontrar el equilibrio entre trabajo, ocio y conciliación familiar. Con el apoyo de la tecnología, las sociedades están evolucionando a pasos agigantados y el modo en el que afrontamos nuestras obligaciones laborales no será ajeno a estos cambios. Sin embargo, la cruda realidad nos dice que, pase lo que pase, y mientras no llegue ese cambio o nos toque la lotería, mañana habrá que ir a trabajar.